Opinión

Carta al cielo para Noel

Por Maggy Talavera (*)

Quién iba a pensar, mi querido profesor, que ese viernes 4 de septiembre de 1986 iba a ser el último de todos los días en escuchar su voz. Confieso que ya no recuerdo cómo sonaba, pero sí cómo se sentía. Animada, muy animada porque finalmente había sido posible lograr que pusieran una avioneta a disposición del equipo de científicos que usted lideraba, en el que destacaban los recién llegados de la Estación de Doñana de España. Era lo que faltaba para coronar uno de sus anhelos: llegar a la meseta de Caparuch que usted intuía como un paraíso más entre tantos ya descubiertos desde que decidiera dejar la contaduría, para dar paso a su verdadera pasión, la naturaleza.

No fue difícil convencer entonces a funcionarios de Cordecruz a que le dotaran del servicio. Decir que era para el profesor Noel Kempff Mercado y detallar el propósito que lo animaba fue más que suficiente. ¿Quién no había oído hablar ya de usted, profesor, y de alguna de las obras maravillosas realizadas en Santa Cruz? El antiguo y nuevo Jardín Botánico, uno en el área del río Piraí, que terminó tragándoselo en una riada, y el otro en Guapilo. El Parque Zoológico de Fauna Sudamericana. El arbolado de la capital cruceña. El impulso para crear los parques nacionales Amboró y Huanchaca, éste denominado por usted como bi-nacional Caparuch y, tras su asesinato, profesor, rebautizado con su nombre.

Eso, por citar algunas de sus obras más destacadas. Porque usted se preocupó también de impulsar otras iniciativas que no tenían que ver solo con abejas -su primera pasión-, aves, ríos y árboles. Su familia recuerda muy bien su interés manifiesto en impulsar la Casa de la Cultura, la Feria Exposición e incluso lo que hoy es la Facultad de Ciencias Agrícolas de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. ¡Tantos sueños, profesor! Muchos de ellos realizados y tantos otros por realizar, como era este que lo llevó a Huanchaca, y con el que había logrado contagiar a los científicos de la Estación Biológica de Doñana.

¿Quién iba a imaginar, querido profesor, que este sueño se iba a convertir en la peor de las pesadillas ya vividas no solo por su familia y las del guía Franklin Parada que lo acompañó y del piloto Juan Cochamanidis que los transportó, sino también por casi todo Bolivia? Digo casi, profesor, porque quedó en envidencia entonces que una buena parte del país estaba involucrada de maner directa o indirecta con el narcotráfico que había estado operando en el mismo Parque desde hacía ya tiempo.

Una parte a la que no le importó el crimen cometido por sicarios que allí operaban, bajo el manto protector de autoridades nacionales y extranejeras que estaban llamadas más bien a combatirlos. Una protección que quedó en evidencia desde el mismísimo sábado 5 de septiembre de 1986, con un prefecto que nos sugirió callar la evidencia y un gobierno central que demoró en 72 horas el rescate del único sobreviviente y la recuperación de los tres cuerpos inertes, entre estos el suyo, profesor querido. Lo que vino después fue una seguidilla de acciones que se tradujeron en nuevas y más perversas formas de matar.

Es verdad que hubo también una reacción poderosa desde la sociedad civil que volcó toda su bronca a la calle, que reclamó justicia y que, por primera vez, manifestó su rechazo a las mafias de narcotraficantes y a sus cómplices. Pero duró poco, profesor, y duele pensar que usted también así lo percibe ahora, desde el lugar mágico donde está. Lo imagino mirando con profundo dolor a sus amados parques Amboró y Noel Kempff Mercado, a tantos otros, e incluso al abandono en el que está su segunda casa, como fue durante años el ZOO.

Poco ha cambiando desde entonces, querido profesor. El narcotráfico no solo ha tomado el control de gran parte de los parques nacionales y áreas protegidas del país, sino también el de grandes extensiones territoriales dentro y fuera del departamento. La complicidad y el encubrimiento dejaron de ser excepciones para acercarse cada vez más a la regla. Ganas de repetir sus útlimas palabras, profesor; “Pero no hagan esto, señores.”

(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 4 de septiembre de 2022