Opinión

Educar, un acto de amor

Por Maggy Talavera.

“Nacemos para ser felices, pero entre nacer y morir se nos pierde la felicidad por tantas bagatelas y superficialidades que nos desvían de ese propósito”, me dijo el profesor Edgar Lora, entre muchísimas otras cosas importantes, en una larga conversación que tuve el privilegio de compartir en público y al vivo hace ya más de un mes. La frase estuvo antecedida por otra más breve: “Educar es el mayor acto de amor”. El profe, como le digo siempre con cariño, largó esa afirmación y añadió de inmediato: la educación no tiene otro propósito mayor que el de lanzar al mundo hombres libres y felices.

Un propósito que, ya sabemos, no es alcanzado con éxito en la gran mayoría de los países o por los numerosos y variados programas educativos que hay en el mundo. Incluso, ni siquiera por algunas propuestas educativas que han sido destacadas como innovadoras y exitosas hasta hoy, como la de Finlandia, Japón o Cora del Sur. Incluidos entre los 10 más exitosos a nivel mundial, sus programas ya están siendo objeto de profundos análisis que están planteando cambios, luego de verificar impactos preocupantes en la estabilidad y salud emocional de niños y jóvenes. La fuerte exigencia por la excelencia es uno de los factores de preocupación, como apuntan estudios sobre todo en el caso de Corea y Japón

Siguiendo la línea de pensamiento del profesor Lora, el problema central no es otro que el de la pérdida del objetivo final de la educación: preparar a niños y adolescentes para ser seres libres y felices. Felizmente libres. Cuando ese propósito es superado por otros que tienen que ver más con una respuesta económica (preparar mano de obra apta para el mercado laboral, según la demanda pública y privada) o con un fin político (formar más adeptos para el sistema o régimen), la educación deja de ser un acto de amor.

¿La educación ha dejado de ser un acto de amor en Bolivia? O tal vez la pregunta debiera ser, ¿alguna vez fue un acto de amor la educación en Bolivia? Me hice estas preguntas, a la par de la escucha de las reflexiones del profesor Lora, y mi silenciosa respuesta no fue otra que la de decir “depende”. Sí, depende del momento y de los actores que nos tocará medir al buscarles respuestas a esas preguntas. De entrada, aseguro que hay muchos, tal vez la mayoría, de maestros que están en el aula por un acto de amor. Yo misma tengo el privilegio de haber conocido a muchos. El profe Lora es uno de ellos, pero no el único.

El mayor problema en Bolivia, hablando de educación, parece estar nomás en quienes se han turnado en el poder político y manejo del país; o dicho mejor, en los diferentes poderes y niveles de gobierno. No ha habido, y no hay miras de que haya, una apuesta real o una visión verdaderamente comprometida con la educación en Bolivia. Pese a las varias reformas educativas (costosas, además) aprobadas en el país, ninguna de ellas ha sido capaz de romper el círculo vicioso que mantiene hasta hoy rezagada a la educación, como un acto de amor al que se apuesta para formar hombres libres y felices. Todas han sido experimentos fracasados que, en no pocos casos, han significado retrocesos serios.

Eso, por una parte. De otro lado, es evidente que tampoco ha habido un gran movimiento de parte de las elites económicas o intelectuales bolivianas a favor de la buena educación. Salvo iniciativas excepcionales y de corto alcance o duración, no hubo hasta hoy en el país una campaña decisiva, sistemática y participativa a favor de cambios profundos en un sistema educativo obsoleto, centralista y centralizado, además de mentiroso. Digo esto al recordar un dato más de los muchos compartidos por el profesor Lora en la conversación aludida al inicio: se habla de una educación laica, que en los hechos no existe.

Este debería ser, en este momento de campaña electoral, un tema central a ser abordado por los candidatos a los gobiernos departamentales y municipales. Es mucho más fácil y efectivo comenzar un cambio desde el nivel local, para que luego tenga remate estatal y nacional. Además, más fácil también para avanzar en una propuesta que sea más justa, ya que debe partir reconociendo las particularidades de cada municipio, de cada región, y no desde la imposición de una visión centralista o de supremacía de un pueblo sobre otros, como ocurre actualmente en Bolivia.

Hablar de educación es central. Pensar en un cambio de rumbo radical es urgente. No hay nada que pueda lograrse, ninguna mejoría, ninguna meta de desarrollo exitosa, sin tener antes asegurado el pilar central, que no es otro que el de la educación. Pero educación para la libertad, por supuesto, para forjar una sociedad con pensamiento crítico, reacia a los dogmas o al pensamiento único, y capaz de aportar a un desarrollo efectivo y justo.