Opinión

Si no fuera candidata…

Desde que la presidenta Jeanine Añez cambió de opinión y decidió ser también candidata, una preocupación tomó cuenta de las tertulias y entrevistas que sostengo con personas tan diversas como aromas hay en el universo. ¿Podría continuar la tarea asumida al jurar al cargo el 12 de noviembre del año pasado? ¿Tendría la capacidad de cerrar su periodo de transición con la misión cumplida, que era asegurar nuevas y transparentes elecciones generales? Con una yapa, de cajón: iniciar un proceso efectivo de desmantelamiento del aparato político montado por el MAS en casi 15 años en el poder, marcado por prácticas antidemocráticas y corruptas. El fraude electoral de octubre solo fue una de tantas.

No se necesitaba ser genio para prever desde el primer momento que ese giro político le impediría a la presidenta cumplir su palabra. Apenas era necesario una pizca de sentido común para anticipar lo que vendría de inmediato: la pérdida del respaldo mayoritario de las fuerzas políticas opuestas al MAS, con o sin representación parlamentaria, e incluso la de importantes sectores de la población que no ocultó su desencanto. La desilusión fue evidente en una población cansada de las mentiras de los políticos y tan esperanzada en el inicio de un nuevo recorrido democrático. No olvidemos que la gente ya venía de una suma de desencantos: con las imposturas de Morales, con las ambigüedades de Mesa y la errática actitud de Camacho y Pumari, líderes cívicos devenidos de improviso en políticos.

El recuento es necesario para que quede claro que el cuestionamiento al giro de Añez no es absoluto producto de un desafecto personal. Es un cuestionamiento que urge poner en evidencia ahora, para ver si alcanza algún eco en su entorno más íntimo y logra corregir entuertos mientras haya tiempo. La urgencia la plantea no solo la crisis del Covid-19, sino también la crisis política reavivada en los últimos días por una nueva arremetida del MAS. Ambas más difíciles de enfrentar hoy por un gobierno que debe hacer malabarismo para conseguir el dinero que necesita para enfrentar esta emergencia sanitaria, que es global, y parece estar de manos atadas ante la disyuntiva de tomar decisiones políticas que, sin duda, le pasarán factura en las urnas. Es el precio de tener una presidenta candidata.

Ya era difícil antes siquiera de sospechar que enfrentaríamos una pandemia como la del coronavirus. Ahora, con el virus propagándose por todo el país a una velocidad mayor a la capacidad de respuesta del Estado, las dificultades son mayores. Y los riesgos de pérdidas amenazan no apenas a los intereses particularísimos de la presidenta y de su partido, sino también (o sobre todo) a los intereses ciudadanos de una mayoría, a la que continúan sin dar oídos el gobierno de turno y sus opositores. Una preocupante constatación, sobre todo en este momento de crisis sanitaria, cuya atención demanda una gran coalición de voluntades, como tan bien señala el historiador y escritor israelí Yuval Harari. Una coalición capaz de superar los intereses partidarios y sectarios (algunos incluso legítimos, aunque la mayoría mezquinos) para preservar, en primer lugar, la salud y la vida.

Aunque Harari alude a un problema global –la falta de un liderazgo mundial para luchar contra esta pandemia-, su reflexión bien puede ser trasladada a nuestro país y a tantos más, hoy agobiados y atolondrados ante la irrupción del Covid-19. Una crisis más política que sanitaria, ya que las soluciones que está demandando son políticas. En nuestro caso, con la complicación de estar enfrentando el momento en medio de un proceso electoral complejo, derivado de otra crisis no menos complicada que la del coronavirus. Más difícil aun porque la presidenta es candidata. Así nomás, aunque la verdad caiga mal a muchos. ¿O alguien cree que es factible separar la gestión de la campaña, que es posible aprobar políticas sin someterlas al cálculo electoral y, además, tener respaldo total a las mismas?

Y no vengan, por favor, a decir que este no es momento de hablar de política. Hoy más que nunca es el momento. Recurro otra vez a Harari: “Hay que controlar qué hacen los políticos en este preciso momento”.

Publicado en El Deber 03/05/2020