Opinión

Una semana decisiva

Si hay un refrán que se ajusta perfectamente a la coyuntura electoral que vive Bolivia hoy, ese no es otro que el que reza “árbol que nace torcido no endereza nunca”. Este es, sin duda, un proceso electoral que nació chueco. 

No solo por la emergencia de la que nació, provocada por el fraude denunciado nacional e internacionalmente a fines de octubre del año pasado, sino también por las fallas vistas en el actual Tribunal Supremo Electoral, que no fue capaz de encarar en serio algunos problemas de fondo que desdibujan el proceso. De esos, al menos dos son centrales. 

Uno referido al padrón electoral y el otro a la venia dada para permitirle al MAS participar de estas nuevas elecciones generales, a pesar de la responsabilidad que tuvo en el montaje y operación del fraude electoral del año pasado. En relación al primero, por mucho que el TSE y algunos organismos internacionales digan, no hubo un trabajo a fondo para corregir los entuertos del padrón electoral, hilvanados uno a uno a lo largo de más de una década de gobierno masista. 

Estamos yendo a nuevas elecciones generales con un padrón electoral maquillado, como señalan no pocos expertos en la materia, en los que aun hay fallas inconcebibles, como se han encargado de anotar el perito forense Flavio Díaz Portela a través del análisis de una base de dato que toma como referencia los 54.096 jurados electorales de Santa Cruz; y, de otro lado, el ingeniero informático Edgar Villegas, ya con muestras a nivel nacional. No son observaciones echas al azar, ni suposiciones.

Lamentablemente, no fueron tomadas en cuenta, pese al esfuerzo realizado para que así fuera. 

En relación al segundo punto central, ya se sabe que el TSE demoró más de seis meses en apersonarse como querellante en el proceso abierto por el Ministerio Público para dar con los autores intelectuales y materiales del fraude denunciado. Lo hizo bajo una fuerte presión de la Procuraduría General del Estado y de manera ambigua, “contra supuestos autores de supuestos delitos”, a pesar de todo lo obrado ya desde noviembre de 2019. 

El hecho es que el MAS está habilitado y tiene como candidato a un exministro responsable del también cuestionado manejo económico del país. Son las paradojas de la política boliviana. Pero como lo dije hace una semana, es lo que tenemos y es con esta realidad con la que debemos lidiar. 

Una realidad que puede ir de mal a peor, sin duda, si en los siete días que nos separan de las nuevas elecciones somos incapaces de percibir, leer e intuir lo que nos deparan los próximos cinco años, según sea una u otra la candidatura que logre arrancar de las urnas la mayoría de votos válidos. Una incapacidad producto de nuestra ceguera o resistencia para ver la realidad, pero también de la incompetencia de quienes deben cooperar a su adecuada comprensión. Por supuesto que sobran interesados en alimentar la confusión, echando mano de datos interpretados arbitrariamente, con el único objetivo de cosechar en río revuelto. 

Otros, recurriendo a chantajes vergonzosos que no aguantan un debate sincero. Cito al paso uno de los más escuchados en estos días, en sentido de que si Santa Cruz no da el triunfo al que aparece segundo en las encuestas sobre intención de voto, será el responsable del retorno del MAS, cuando esas mismas muestras señalan claramente que es occidente el que mantiene a este partido en primer lugar. 

Digo esto, reiterando sin embargo un punto de vista que sostengo hace tiempo: que en la lista de responsabilidades hay muchos más. En fin, podría llenar páginas hablando de las causas que nos llevan otra vez a trepar por este árbol torcido, para poder llegar a las urnas y elegir a un nuevo gobierno.

Pero ahora ya es tarde para ello. Nos queda solo una semana para pensar muy bien de qué gajo nos vamos a agarrar para no caer en el intento de llegar al buen fruto (o al menos podrido, tal vez) que queremos cosechar y disfrutar. Una semana para alentarnos entre todos a ir a votar, sí, y a hacerlo validando nuestro voto (es decir, nada de voto nulo o blanco, que son desechados en el conteo final y oficial de los votos). 

Eso por ahora. Pero solo por ahora, un tiempo de emergencia no apenas sanitaria, sino sobre todo democrática. Porque después del 18 de octubre tenemos que ser capaces de comenzar un nuevo ciclo virtuoso en nuestro ejercicio ciudadano. 

Un ciclo marcado por el compromiso de no desentendernos nunca más de la política, de los asuntos de Estado, de la fiscalización permanente de quienes se turnan en el poder. Un ciclo que tenga como meta el aspirar a votar por convicción y no por descarte. Ojalá aun tengamos esa chance. Está en nuestras manos, en nuestro voto del próximo 18 de octubre.

Publicado el 11 de octubre, en El Deber.